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  • Foto del escritorJONATHAN REGALADO REGALADO

POR FAVOR, ¡QUIERO SER DISCAPACITADA! Paradojas de la Exclusión Social

Para cualquier ser humano es difícil asumir y asimilar la noticia de que tiene una enfermedad crónica, un padecimiento o limitación irreversible, y que además, dificulte su integración social o laboral. Del mismo modo, pasar un reconocimiento por el Equipo de Valoración y Orientación de discapacidades no es de buen gusto para nadie.

No obstante, aunque parezca paradójico, los colectivos en situación de pobreza crónica y exclusión social con los que trabajamos, con frecuencia sienten alegría al recibir un grado de discapacidad superior al 65 % y se sienten apenados sin no es así. ¿Te parece extraño? ¿Te preguntas a qué se debe?

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Fundamentalmente se debe a que es una forma de acceder a una Pensión No Contributiva por Invalidez, de las pocas alternativas posibles para disponer de un ingreso estable, aunque sea mísero (365,90€) y continúe dejando a la persona bajo el umbral de la pobreza y con una dependencia económica crónica del sistema público de protección social.

Miles de familias se encuentran sin trabajo y con todos sus miembros sin ingresos de ninguna naturaleza. Los requisitos de acceso a las prestaciones sociales se han vuelto más estrictos y la Prestación Canaria de Inserción funciona de manera pésima.

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Durante los procesos de intervención, observamos constantemente como las personas se afanan por encontrar argumentos que justifiquen “lo mal de salud que están”. Incluso se producen reacciones de frustración y rabia hacia el personal médico cuando se le resta importancia a un síntoma o no consideran necesario realizar pruebas para confirmar patologías más graves o crónicas. Cuando instamos la solicitud de reconocimiento de discapacidad, la persona dice “a ver si hay suerte”. Como si fuese una lotería. ¿Cuándo ha sido una suerte padecer discapacidad? Pues sí, esto es España.

Para los y las profesionales del trabajo social esta realidad es dura de asumir. Querer enfermar para poder disponer de ingresos económicos. Querer morir para sobrevivir.

Con esto no quiero decir que las personas se inventen patologías o finjan sufrirlas. Sabemos de sobre que la pobreza y la exclusión social son algunos de los factores precipitantes de la discapacidad. Quiero decir que la persona tiene una predisposición psicológica, a menudo inconsciente, a la enfermedad, porque supone una vía de escape a la situación de precariedad que padece. Hay una predisposición a solicitar una valoración por parte del EVO, para “ver si hay suerte”. Este comportamiento, además de suponer un riesgo de inflación diagnóstica de la discapacidad en el país, conlleva a una identificación de la persona con la discapacidad (“Soy discapacitada”), lo que supone un obstáculo para la recuperación y homeostasis en aquellas problemáticas reversibles.

Es necesario y urgente medidas de intervención de carácter estructural para atender a los miembros más vulnerables de la sociedad. Basta de medidas paliativas. Basta de pan para hoy y hambre para mañana. Basta de dar peces en lugar de cañas de pescar. Las personas merecen vivir con dignidad. Es indigno que una persona tenga que aferrarse a un diagnóstico de discapacidad para sobrevivir. Es inconcebible que haya que enfermar para vivir dignamente.

Políticos, profesionales y sociedad, necesitamos: Distribución de la riqueza, renta básica y campañas activas contra la discriminación de las empresas hacia colectivos de difícil inserción.

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