¿EXISTE LA GENTE TÓXICA? UNA REFLEXIÓN SOBRE LA CULTURA DEL DESCARTE EMOCIONAL
- JONATHAN REGALADO REGALADO
- 30 jul
- 3 Min. de lectura
Vivimos tiempos en los que la palabra “tóxico” se ha vuelto omnipresente. Relaciones tóxicas, amigos tóxicos, familiares tóxicos, ambientes tóxicos. Se nos insta a alejarnos, cortar, bloquear, “priorizarnos”, protegernos de todo lo que nos incomode emocionalmente. Pero detrás de este discurso de aparente autocuidado, se esconde una peligrosa tendencia: la del individualismo emocional, una cultura que nos empuja a desechar cualquier vínculo que no se alinee con nuestro bienestar inmediato.

No cabe duda de que nadie debe tolerar la violencia, el abuso ni el maltrato. Pero ¿realmente todo lo que nos incomoda o nos frustra es “tóxico”? ¿No estaremos confundiendo humanidad con patología?
“El bienestar emocional no se alcanza evadiendo vínculos difíciles, sino aprendiendo a habitarlos con humanidad y conciencia.”
Este año, en mi consulta de Trabajo Social Clínico, he atendido a varios consultantes con un conflicto común: la ambivalencia frente a esta cultura del descarte. Personas atrapadas entre el deseo de cuidarse y la culpa por desconectarse de vínculos importantes como familiares y amistades. Y no es para menos. Desde el Trabajo Social, procuramos ver a las personas de forma integral y crítica, y nos duele profundamente ver cómo se destruyen las redes sociales y los vínculos comunitarios.
No solo porque la evidencia científica demuestra que estos lazos son fundamentales para superar dificultades, mejorar la salud física y mental, y sostener el bienestar a largo plazo. Sino también porque a los Trabajadores Sociales Clinicos nos inspiran principios que guían nuestra práctica profesional: la justicia social, la emancipación y el empoderamiento. Y nada de esto es posible dentro de una cultura que descarta a quien no encaja, a quien molesta, a quien atraviesa un mal momento.
“El bienestar personal no puede ser la excusa para renunciar al compromiso colectivo: la comunidad también se construye en la incomodidad. No hay bienestar sin relaciones”.
El malestar emocional, las diferencias, los enfados, las conversaciones difíciles, incluso los silencios incómodos, forman parte de cualquier relación real. Ser parte de una comunidad, una familia o una pareja implica atravesar momentos duros, sostener al otro cuando cae, escuchar incluso cuando no nos interesa del todo, estar presentes aunque no tengamos todas las respuestas.
Nos estamos olvidando de que el amor, la compasión y la comunidad se construyen no en la comodidad, sino en la tensión compartida, en el conflicto que se elabora, en el perdón que se ofrece. La lógica de desechar lo que no nos aporta “paz mental” nos está dejando solos, encerrados en burbujas de bienestar artificial, incapaces de sostener la complejidad de lo humano.

Acabemos con esta basta New Age americana de la “gente tóxica”, que más que sanar, fragmenta. No todo es tóxico. A veces es tristeza. A veces es cansancio. O miedo. O una herida antigua que asoma. Llamarlo toxicidad y desecharlo solo porque nos incomoda es deshumanizante. Es desentenderse del otro justo cuando más necesita ser mirado y comprendido.
Si queremos construir una sociedad menos solitaria, necesitamos reaprender la tolerancia emocional. Reconectar con los valores que nos sostienen colectivamente: el amor, la compasión, el apoyo mutuo. Aceptar que convivir implica convivir también con cierto grado de desequilibrio. No somos máquinas de felicidad. Somos seres humanos. Y a veces, simplemente necesitamos que alguien no nos suelte cuando no estamos bien.
¿Queremos una vida más humana, o una vida higienizada, donde sólo caben los que nunca incomodan?
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